SOBRE EL INSTINTO ANIMAL, POR PEREZ REVERTE
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SOBRE EL INSTINTO ANIMAL, POR PEREZ REVERTE
Colmillos en la memoria
XLSemanal - 18/2/2013
Acaba de cumplir dos años. Se llama Sherlock, y es un tipo duro, de Segovia. Un buen ejemplar de teckel de pelo fuerte, pardo leonado, con cejas y bigote casi rubios. Lo rubio viene de su padre, que es alemán y se llama Karsten. El pelo recio y perfecto se lo debe a la madre, Berta, que es guapa y española. Una familia, en resumen, de cazadores con larga estirpe, lo que significa muchas generaciones acosando bichos en el campo. Casta curtida, en resumen. Con unos dientes espectaculares que se pasan unos a otros, de generación en generación. Colmillos que da miedo verlos cuando les agarras la boca y se la abres mientras ellos te miran como pensando: «A ver qué carajo quiere éste». Colmillos sólidos, blancos, bien aguzados. De ésos que hacen que te alegres de no ser zorro o jabalí.
Lo crió un cazador joven que se ocupa de esta clase de perros. Un tipo experimentado, que sabe lo que hace. La camada de cinco cachorros era espléndida. Elegí a Sherlock porque era el más tranquilo de sus hermanos. Me miraba sereno, flemático, con esos ojos grandes y negros. Como preguntándome qué pasa contigo, chaval, no se trata de que tú me elijas a mí, sino también de que yo te elija a ti, así que vamos a llevarnos bien. Y fue lo que hizo: elegirme. Pasado el tiempo de cría, lo traje a casa. Y empezó a crecer. A adaptarnos el uno al otro. La vida en familia. Al cabo de un tiempo apareció su vena sentimental. Lo pasaba mal solo. Lloraba. Así que le buscamos compañera. Y llegó Rumba, toda una señorita. Pelo rizado, pizpireta, lista y destrozona como la madre que la parió. Tímida al principio -había sido maltratada-, no tardó en hacerse la reina del asunto. Sherlock, flemático, la deja hacer. Por no discutir, ni le gruñe. Ella se lo trajina bien. Le lame el pescuezo cuando está tenso, lo relaja. Lo putea, a ratos. Creo que son felices juntos.
Sin embargo, Sherlock no nació para la vida doméstica. Y se le nota. Es un buen chico en casa, adora a Rumba. Nos adora a todos. Es cariñoso de lametones y se traga Mad Men sin rechistar, acurrucado en el sofá contra mi costado, sobando plácidamente. Nada que objetar por ahí. Pero vino al mundo a cazar jabalíes. Tiene tristezas específicas, nostalgias de lo suyo, como un marino arrojado del mar o un soldado sin batallas. Lejos de la acción como vive, las aventuras de sus antepasados, inscritas en su instinto perruno, afloran en forma de singular melancolía. A veces, mientras duerme a mi lado, lo veo agitarse, mover las patas y gruñir sordamente, muy bajito, y adivino lo que tiene en la cabeza. Lo mismo ocurre cuando en ocasiones, sin motivo aparente, se aparta de mí y de todos, Rumba incluida, para ir a un rincón donde se queda quieto, hosco y solitario, mirando el vacío como Humphrey Bogart en su bar de Casablanca. Entonces sé, o creo saber, que rumia nostalgias de cazador, olor a tierra húmeda, hierba verde y rastro fresco de animales. Quizá piensa en sus hermanos, que se quedaron en el campo y ahora tendrán el hocico lleno de marcas y los colmillos desportillados de pelear. Quizá, desde el confort de la vida doméstica, Sherlock envidia sus vidas lejanas, colmadas de recuerdos apasionantes; ésos que los perros de caza se gruñen unos a otros en las noches tranquilas mientras recuerdan a los colegas -«¿Te acuerdas de Pancho, al que mató aquel jabalí, o de Chispa, que nunca salió de aquella peligrosa madriguera?»- mientras envejecen con los huesos maltrechos y el pellejo lleno de costurones, calentándose en fuegos de leña junto al amo que acaricia sus orejas deformadas por mordiscos de jabalí. Su pelaje surcado de cicatrices que Sherlock nunca tendrá.
Estoy seguro de que, cuando se aísla de todos y mira la nada, recordando lo que jamás vivió, él huele el humo de esa leña, siente la nostalgia del frío, la incertidumbre, el peligro. Segrega adrenalina, o lo que segreguen los perros. Corre con la imaginación y la memoria genética por un bosque embarrado, bajo la lluvia, junto a sus hermanos, tenaz, incansable tras el rastro de un animal salvaje. Un jabalí con el que, pese a que un teckel no levanta dos palmos del suelo, peleará a muerte, con bravura inaudita, cuando le dé alcance. O un zorro en cuya madriguera se introducirá sin dudarlo, valiente hasta la locura, para morir allí o para sacar al enemigo fuera, aferrándolo por el cuello a dentelladas, rojo el hocico de sangre propia y ajena. Como le ordena su naturaleza. Como mandan las viejas reglas.
XLSemanal - 18/2/2013
Acaba de cumplir dos años. Se llama Sherlock, y es un tipo duro, de Segovia. Un buen ejemplar de teckel de pelo fuerte, pardo leonado, con cejas y bigote casi rubios. Lo rubio viene de su padre, que es alemán y se llama Karsten. El pelo recio y perfecto se lo debe a la madre, Berta, que es guapa y española. Una familia, en resumen, de cazadores con larga estirpe, lo que significa muchas generaciones acosando bichos en el campo. Casta curtida, en resumen. Con unos dientes espectaculares que se pasan unos a otros, de generación en generación. Colmillos que da miedo verlos cuando les agarras la boca y se la abres mientras ellos te miran como pensando: «A ver qué carajo quiere éste». Colmillos sólidos, blancos, bien aguzados. De ésos que hacen que te alegres de no ser zorro o jabalí.
Lo crió un cazador joven que se ocupa de esta clase de perros. Un tipo experimentado, que sabe lo que hace. La camada de cinco cachorros era espléndida. Elegí a Sherlock porque era el más tranquilo de sus hermanos. Me miraba sereno, flemático, con esos ojos grandes y negros. Como preguntándome qué pasa contigo, chaval, no se trata de que tú me elijas a mí, sino también de que yo te elija a ti, así que vamos a llevarnos bien. Y fue lo que hizo: elegirme. Pasado el tiempo de cría, lo traje a casa. Y empezó a crecer. A adaptarnos el uno al otro. La vida en familia. Al cabo de un tiempo apareció su vena sentimental. Lo pasaba mal solo. Lloraba. Así que le buscamos compañera. Y llegó Rumba, toda una señorita. Pelo rizado, pizpireta, lista y destrozona como la madre que la parió. Tímida al principio -había sido maltratada-, no tardó en hacerse la reina del asunto. Sherlock, flemático, la deja hacer. Por no discutir, ni le gruñe. Ella se lo trajina bien. Le lame el pescuezo cuando está tenso, lo relaja. Lo putea, a ratos. Creo que son felices juntos.
Sin embargo, Sherlock no nació para la vida doméstica. Y se le nota. Es un buen chico en casa, adora a Rumba. Nos adora a todos. Es cariñoso de lametones y se traga Mad Men sin rechistar, acurrucado en el sofá contra mi costado, sobando plácidamente. Nada que objetar por ahí. Pero vino al mundo a cazar jabalíes. Tiene tristezas específicas, nostalgias de lo suyo, como un marino arrojado del mar o un soldado sin batallas. Lejos de la acción como vive, las aventuras de sus antepasados, inscritas en su instinto perruno, afloran en forma de singular melancolía. A veces, mientras duerme a mi lado, lo veo agitarse, mover las patas y gruñir sordamente, muy bajito, y adivino lo que tiene en la cabeza. Lo mismo ocurre cuando en ocasiones, sin motivo aparente, se aparta de mí y de todos, Rumba incluida, para ir a un rincón donde se queda quieto, hosco y solitario, mirando el vacío como Humphrey Bogart en su bar de Casablanca. Entonces sé, o creo saber, que rumia nostalgias de cazador, olor a tierra húmeda, hierba verde y rastro fresco de animales. Quizá piensa en sus hermanos, que se quedaron en el campo y ahora tendrán el hocico lleno de marcas y los colmillos desportillados de pelear. Quizá, desde el confort de la vida doméstica, Sherlock envidia sus vidas lejanas, colmadas de recuerdos apasionantes; ésos que los perros de caza se gruñen unos a otros en las noches tranquilas mientras recuerdan a los colegas -«¿Te acuerdas de Pancho, al que mató aquel jabalí, o de Chispa, que nunca salió de aquella peligrosa madriguera?»- mientras envejecen con los huesos maltrechos y el pellejo lleno de costurones, calentándose en fuegos de leña junto al amo que acaricia sus orejas deformadas por mordiscos de jabalí. Su pelaje surcado de cicatrices que Sherlock nunca tendrá.
Estoy seguro de que, cuando se aísla de todos y mira la nada, recordando lo que jamás vivió, él huele el humo de esa leña, siente la nostalgia del frío, la incertidumbre, el peligro. Segrega adrenalina, o lo que segreguen los perros. Corre con la imaginación y la memoria genética por un bosque embarrado, bajo la lluvia, junto a sus hermanos, tenaz, incansable tras el rastro de un animal salvaje. Un jabalí con el que, pese a que un teckel no levanta dos palmos del suelo, peleará a muerte, con bravura inaudita, cuando le dé alcance. O un zorro en cuya madriguera se introducirá sin dudarlo, valiente hasta la locura, para morir allí o para sacar al enemigo fuera, aferrándolo por el cuello a dentelladas, rojo el hocico de sangre propia y ajena. Como le ordena su naturaleza. Como mandan las viejas reglas.
gmquin- Cantidad de envíos : 25
Localización : Almería
Fecha de inscripción : 18/02/2009
Re: SOBRE EL INSTINTO ANIMAL, POR PEREZ REVERTE
En este tema siempre he tenido una duda. En estado silvestre, el gallus bankiva, o sonneratti, o lo que sea, ¿huye del combate cuando se siente en riesgo de perder la vida, como lo hacen todos los animales? ¿Es lo que llamamos finura una caracteristica adquirida gracias a la selección humana? En otras palabras, ¿hemos seleccionado a aquellos gallos que sufren de analgesia congénita (ver http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/07/120716_analgesia_congenita_sin_dolor_lp.shtml)?
Germán Patiño- Cantidad de envíos : 79
Fecha de inscripción : 23/05/2012
Un tema interesante
Pienso que no se puede generalizar, Germán. El bankiva silvestre es muy difícil de observar en libertad y lo que sí tenemos son unas causas objetivas para analizar.
1º.- El arma del gallo son las espuelas. En estado salvaje las mejores armas las tendrán ejemplares jóvenes y sanos. Como en muchas especies, los machos jóvenes serán expulsados del grupo cuando empiezan a madurar física y sexualmente, en un estado que podríamos calificar de adolescencia. Posteriormente, los supervivientes, ya maduros, empezaran a competir con el jefe del harén y ¿qué pasa? Las informaciones y documentación que tengo no refieren la existencia de machos viejos salvajes y derrotados. Para esto hay dos explicaciones posibles: el enfrentamiento es mortal o las lesiones del derrotado son tan severas que le convierte en fácil presa de los predadores.
2º.- De crío observé o me refirieron, en varias ocasiones, como los hijos acababan con el padre en corralones y fincas de amigos y familiares que acostumbraban a tener una familia de gallos.
3º.- La analgesia no puede ser característica de nuestros gallos, aunque es cierto que algunas veces ves gallos de los que llaman mansos, que ante las acometidas del rival se quedan quietos, agachan la cabeza, y aguantan los embates sin moverse.
4º,. El caso de nuestros gallos tendrá más que ver con el toro bravo: son animales que se crecen con el castigo, se vuelven más finos o heridores y "se cabrean" y agreden cuando les hacen daño. Eso, según los científicos, tiene más que ver con un organismo que ha optimizado el uso de la adrenalina endógena: obtienen los beneficios de esas descargas internas ( supresión del dolor, aumento del estado de alerta, rapidez en las reacciones y precisión de movimientos ) y no se manifiestan las negativas (hipertensión, bloqueo muscular, mareos ).
Este último caso si que me parece, que nuestros antepasados, lograron fijar indeleblemente en la genética del gallo; y considero, que contra viento y marea, animalistas y políticos, es función primordial del aficionado y criador preservar para las generaciones venideras.
Un saludo.
1º.- El arma del gallo son las espuelas. En estado salvaje las mejores armas las tendrán ejemplares jóvenes y sanos. Como en muchas especies, los machos jóvenes serán expulsados del grupo cuando empiezan a madurar física y sexualmente, en un estado que podríamos calificar de adolescencia. Posteriormente, los supervivientes, ya maduros, empezaran a competir con el jefe del harén y ¿qué pasa? Las informaciones y documentación que tengo no refieren la existencia de machos viejos salvajes y derrotados. Para esto hay dos explicaciones posibles: el enfrentamiento es mortal o las lesiones del derrotado son tan severas que le convierte en fácil presa de los predadores.
2º.- De crío observé o me refirieron, en varias ocasiones, como los hijos acababan con el padre en corralones y fincas de amigos y familiares que acostumbraban a tener una familia de gallos.
3º.- La analgesia no puede ser característica de nuestros gallos, aunque es cierto que algunas veces ves gallos de los que llaman mansos, que ante las acometidas del rival se quedan quietos, agachan la cabeza, y aguantan los embates sin moverse.
4º,. El caso de nuestros gallos tendrá más que ver con el toro bravo: son animales que se crecen con el castigo, se vuelven más finos o heridores y "se cabrean" y agreden cuando les hacen daño. Eso, según los científicos, tiene más que ver con un organismo que ha optimizado el uso de la adrenalina endógena: obtienen los beneficios de esas descargas internas ( supresión del dolor, aumento del estado de alerta, rapidez en las reacciones y precisión de movimientos ) y no se manifiestan las negativas (hipertensión, bloqueo muscular, mareos ).
Este último caso si que me parece, que nuestros antepasados, lograron fijar indeleblemente en la genética del gallo; y considero, que contra viento y marea, animalistas y políticos, es función primordial del aficionado y criador preservar para las generaciones venideras.
Un saludo.
gmquin- Cantidad de envíos : 25
Localización : Almería
Fecha de inscripción : 18/02/2009
Re: SOBRE EL INSTINTO ANIMAL, POR PEREZ REVERTE
Amigo, eso significa que la finura, entendida como la actitud de pelear hasta la muerte, es una característica obtenida por la selección humana. El naturalista alemán, Vitus B. Droscher, que ha estudiado a los bankiva silvestres, reporta que el que se siente derrotado huye de la pelea, dejando el campo libre a su rival. Es el instinto de supervivencia, en el que juega un papel clave el dolor, y que resulta decisivo para la supervivencia de las especies. Creo que debiéramos estudiar más el tema.
Germán Patiño- Cantidad de envíos : 79
Fecha de inscripción : 23/05/2012
Re: SOBRE EL INSTINTO ANIMAL, POR PEREZ REVERTE
Obviamente tuvo que ser así, pero lo que el hombre seleccionó estaba en la naturaleza. Lo que confirman los estudios de los biólogos es que vence el más resistente y certero. Es muy posible que en la naturaleza algunas veces se encuentren dos machos que no estén dispuestos a rendirse, pero claro, ahí va a ser difícil que esté un biólogo observando. Lo que si parece claro, que en el pasado, algunos de nuestros antepasados sí vieron esos combates en la naturaleza y admiraron en estas aves su bravura, valentía y pundonor. Tengo documentados casos de razas que no son de combate y sin embargo, en sus recintos y corrales, combaten hasta la extenuación, con total desprecio de su vida e integridad física. Por tanto, el gen luchador, si queremos llamarlo así, debió estar presente en el antepasado común de todas las gallinas. Un saludo.
gmquin- Cantidad de envíos : 25
Localización : Almería
Fecha de inscripción : 18/02/2009
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